“Es muy difícil someter a la obediencia a aquel que no busca mandar”
Jean Jacques Rousseau
Ya para entonces la abuela había creado un extenso círculo de amistades gracias a su buen carácter …y a un espíritu bohemio que le venía de la vena artística heredada por las mujeres de la familia. Pronto cobraron fama las veladas de “La Glorieta”, reuniones que dos veces por semana veían salir el sol. Por ellas pasaron famosos artistas que a golpe de boleros y Bacardí con Coca Cola las convirtieron en una entrañable cofradía de amigos. Los desvelones y las obligaciones domésticas hacían que el horario de la tienda en la Colonia Roma fuera erra- ático. La abuela había abierto un pequeño establecimiento dedicado a la manufactura y reparación de sombreros de señora. Desde desde los primeros días el local se vio atestado de pedidos y de clientas pero, sobre todo, se convirtió en el sitio preferido por las amigas para pasar buena parte del día, charlando acodadas en el mostrador mientras la abuela se hacía con las obligaciones que el negocio le imponía.
El abuelo había conseguido un puesto de suplente –todos eran suplentes– en la torre de control del aeropuerto de la Ciudad de México. Era su primera experiencia en este campo. Se repetía orgulloso que lo había conseguido sin “palancas”, además sorprendido por que sólo unos cuantos de sus compañeros hablaban inglés, requisito obligado por la normativa internacional para estos puestos. Con temeridad había incluido en su curriculum supuesta experiencia en aeropuertos de pequeñas ciudades Texanas. Gracias a su buena memoria se aprendió el manual en 4 noches sin dormir y como siempre con la ayuda de la bien amueblada cabeza de la abuela. Fue el primer sueldo fijo en aquellos primeros años del exilio. Terminaban los sobresaltos cuando llamaban a la puerta, no más recordatorios de Sears, no más “diablitos” para reconectar la luz, no más recados de la directora del kínder. La nevera si no estaba llena al menos cubría su función para enfriar las coca colas y la leche de los niños.
Aquel día, a media mañana, su jefe le pasó el teléfono con un seco, es para tí, no tardes!. Era Felipe, el amigo inseparable de la infancia, el cómplice de barrio, el confidente, el compañero de armas, casi como un hermano. Quedaron que vendría a visitarlo pero no hablaron de posibles fechas y colgó de prisa apurado por los gritos del controlador, el vuelo de PANAM estaba ya casi en la pista y no entendía lo que le decía el piloto
Dos semanas después llegó Felipe sin aviso. Le mandó la nota con un mozo – te espero en el Bar de Morado. Ese día, como en otras ocasiones, la sorpresa también jugó a su favor. La abuela no estaba al tanto de la visita y ni pensar de llegar con el amigo sin avisarle. Dos grandes maletas a medio pasillo no anunciaban una visita corta. El vaso sobre la mesa no era de agua sino de ginebra, a palo seco y era el segundo. Los comentarios sardónicos, hirientes de Felipe, los tomó como parte de aquella camaradería de juventud.
Le explicó que en el departamento sólo había dos habitaciones, que estaba el recién nacido y la nena que ya había cumplido cuatro años . Había un hotel cerca de casa y así podían verse cada día. Felipe como respuesta se bebió de golpe el medio vaso de ginebra murmurando un “entiendo” que sonó más a un dolido reclamo. Antes de despedirse y atropellándose con las palabras Felipe le resumió: De aquella Compañía de 90 soldados que partió de Carmel, de su Compañía, “sólo quedamos una docena. Unos andan por ahí, mutilados, otros cuatro en hospitales para enfermos mentales. Tu que te rajaste, y yo, que ya me ves”. Sus palabras fueron el dardo envenenado que habría de repetirse en cada nuevo encuentro, que no fueron pocos a lo largo de los años.
La guerra de Corea devoró en tres años 54 mil soldados estadounidenses; 800 mil soldados Sur Coreanos; Un millón ochocientos mil similares de Corea del Norte; dos millones y medio de civiles. Dejó cinco millones de personas sin hogar y toda una generación de jóvenes refugiados en el alcohol. Fue una guerra que se libró cuerpo a cuerpo, una guerra de zapa y trinchera, a bayoneta calada, a degüello, de fango, disentería, sangre, malaria y un general mesiánico a cargo, el General Douglas MacArthur, exigiendo al congreso de su país un ataque nuclear a China.