“El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños”
Eleanor Roosvelt
En la oscuridad sintió el líquido viscoso entre los dedos, retiró asustado la mano que apoyaba en la camilla. Faltaban siete horas más en el avión hospital, era su primer contacto con la guerra que le esperaba. El olor de la gangrena mezclado al de la gasolina habían superado el umbral del vómito. Quedaba el estruendo de los motores, los gemidos y el viento helado que se colaba por las múltiples rendijas; la licencia otorgada por un sargento enfurecido ya había consumido casi un día de los cinco de permiso. Carmel era el último destino antes de embarcarse a Corea, ahora tocaba llegar a la base aérea de Austin y de ahi en autobus a Houston para la boda.
Con los últimos acordes del coro parroquial dejaban la capilla encalada para la ocasión, cogidos del brazo y sonriendo ya como marido y mujer. El cielo plomizo era un marco ideal para el colorido barrio de Magnolia y los atuendos en tonos pastel de las madrinas. Ellos con americana a rayas, cruzada con seis botones y pantalón amplio que remedaba la moda, la de los pachucos. Las nubes tampoco amenazaban el entusiasmo de los que ya vitoreaban a la pareja y tiraban el arroz que recibían con las palmas de las manos hacia arriba. Supersticiosa y previsora, como siempre lo fue, Dora guardó un puñado de aquellos granos en el bolsillo de la chaqueta militar del novio. A sus diez y siete se convertía en la flamante esposa del que cumpliría veinte años dos semanas después.
Un jeep color verde oliva aparcó precipitado al borde de la acera. Descendieron dos Marines que ya fuera del vehículo se ajustaron el uniforme tirando los bajos de la chaqueta, se acomodaron el quepí, la escena quedó en silencio, como un daguerrotipo en blanco y negro. El oficial sacó de la parte trasera un ramo de tulipanes amarillos que solemne le entregó a mi abuela, el color volvió al festejo.
El almuerzo se organizó en la casa de Mamá Dolores, se prodigaron las bebidas y aquellos platillos de secretas recetas que aun provocan expresiones de satisfacción en las comidas familiares. Seis horas después llegaron a la Isla del Padre, a tiempo para mirar al sol entrar a dormir en las aguas del Golfo de México. Después, con los nervios comiéndoles las entrañas, cruzar la frontera por el puente internacional de Matamoros. Mi abuelo se convertía para el resto de su vida en desertor del ejercito americano.