…un collage mexicano
Estacionada delante del puesto de gorditas de Doña Chayo, en la Calle de Guerrero, se encuentra una patrulla de la Policía Municipal, uno de estos robustos autos americanos equipados con sofisticados aditamentos de última generación, para dar la batalla al crimen organizado. El conductor, también robusto, sostiene apoyado en la papada cómo pátina de comulgatorio, un plato de plástico del que asoma el papel de estraza moteado con lamparones de grasa y que hace las veces de servilleta. Devora el último trozo del bocadillo, se limpia la boca, toma el micrófono y con los carrillos llenos da la orden que se escucha clara en la megafonía instalada en lo alto del vehículo: “otra de migajas, pero con bastante salsa”.
La plaza conocida como el Jardín Guerrero es una superficie rectangular de unos 80 metros de largo por 40 de ancho, circundada en tres de sus costados por laureles de la India simétricamente podados cómo grandes cubos; especie de árbol que según la leyenda trajo a México el emperador Maximiliano Primero de México y con ellos pobló plazas y alamedas de algunas de las ciudades de un imperio que se le esfumó como un mal sueño.
Preside la Plaza, por así decirlo, el edificio del antiguo Ayuntamiento, el Palacio Municipal que algún día fue sede de la Zona Militar, con su regimiento de caballería y sus cuadras instaladas en la primera planta. En esta primera sección de la Plaza se celebra el 7º concurso de Escoltas de Bandera donde participan adolescentes de la escuela Secundaria e infantes de la Primaria. Sin saber bien porque la mayoría de las escoltas han escogido para sus evoluciones el paso de ganso, de triste recuerdo fascista. Los comandantes a cargo, con voces “tipludas”, dan las órdenes para que el grupo ejecute con la mejor simetría los movimientos marcados por el reglamento de la competencia; mientras tanto profesores y organizadores charlan, beben y comen dejando a los jueces una decisión que será aplaudida o abucheada por las familias que se han reunido para presenciar a sus retoños, ataviados como cadetes de West Point, en una actividad escolar a la que cabría buscar sus valores pedagógicos.
Metros atrás del concurso, a un costado del Monumento a Vicente Guerrero, el libertador de la patria, el grupo de jóvenes que cada noche se reúnen para practicar el baile conocido popularmente como Tec-Tronic, han puesto en marcha el alta voz con esa música con la que dan comienzo estertores y contorsiones que siguen el tam tam de un bajo martilleador. Se colocan uno delante de otro, como en un espejo y se mueven como muñecos inarticulados en una coreografía que atrapa la atención por inverosímil.
En otra de las esquinas de la Plaza, acomodados en las jardineras, se ha reunido el grupo de creyentes atentos al pastor que hace por intimidarlos anunciando el castigo divino que caerá sobre nosotros, pecadores, el día del juicio final. Biblia en mano lanza sus advertencias a una audiencia que responde con un ¡aleluya! cada que su líder pone a dios como aval de sus palabras…e intenta hacerse oír por encima del barullo que provocan los juegos del grupo 14 de los Boy Scouts que como cada sábado comparte el sitio. Utilizando la pañoleta que distingue el uniforme de la organización, colocada en el cinturón por la espalda, a manera de cola, se persiguen unos a otros intentando cazar el mayor número para ganar la competencia. Gritos y carcajadas se mezclan con los del pastor, los gritos quiero decir.
Cae la noche, se han encendido las farolas, por el costado norte de la Plaza entra en procesión una veintena de mujeres ataviadas con el hábito color café de la Virgen del Carmen y portando una antorcha eléctrica, rezan el rosario. Preside el cortejo un grupo de jóvenes que a manera de escudo llevan una cruz fabricada con cintas de madera de pino a las que han colocado, a lo largo del cuerpo y brazos, tintineantes luces color ámbar, como las que vemos en los árboles de navidad.
Cruzo la calle para abandonar el Jardín Guerrero cuando escucho el estallido de aplausos, gritos y porras a la escolta ganadora del concurso: la escuela Primaria Josefa Ortiz de Domínguez del Barrio del Cerrito.