Si te cruzas con una mujer catalana no hay contacto visual ni sonrisas, para más, si se da cuenta que la miras el “descaro” provocará una ceja levantada y mohín desaprobatorio. No estoy hablando que en el bar les hagas un comentario o las abordes en la calle para pedir información, entonces son atentas y dispuestas, ojo, esta amabilidad no avanza un milímetro si piensas en considerarlo ligue.
Voy en el metro, tengo asumidas las reglas por lo que hace tiempo dejé de mirar de forma directa, como acostumbra nuestra desparpajada curiosidad latina, ahora paseo la mirada distraídamente para dejar en la retina fragmentos de una cara, una cadera, unas manos, un tobillo. Un fugaz escáner, mientras abro La Vanguardia, “codifica” a la señora que tengo en el asiento de enfrente y que ha llamado mi atención; viste de blanco, ronda la quinta década, para mi la edad perfecta. Su rostro tiene ese toque masculino propio de la mujer de estas tierras cuando alcanza la madurez, en algunas la transformación llega a ser chocante pero no es el caso. Su cara larga no merece el adjetivo de bonita pero sin duda es atractiva, tiene ojos castaños y asimétricos, un poco caído el izquierdo lo que provoca una sensación extraña, nariz grande bien colocada, un enigma indescifrable en los labios y, claro, es rubia teñida, a mechas con lo que le va cediendo el paso a las canas, detalle que habla de una disposición conciliatoria. Abro las páginas color salmón del diario, donde vienen las notas de cultura y me doy tiempo para observar sus contundentes muslos sujetos por el pantalón pescador, un vientre plano y pechos de talla media, el leve movimiento con que acompañan el bamboleo del ferrocarril subterráneo, su tamaño, forma y también asimetría, indica que no han pasado por el quirófano de la estética hoy tan en boga…las estadísticas nos dicen que un par de prótesis se ha convertido en el regalo más solicitado por las adolescentes de la península.
Prosigo con los golpes de ojo mientras intento concentrarme en las condiciones que el FMI le impone a Grecia y la crítica de teatro a Calixto Bieito. Las pantorrillas, o lo que dejan ver los ajustados pantalones de verano, no presentan varices, ni venas rojas, ni moretones, son torneadas, depiladas y su tono moreno es el infaltable del verano.
Yo soy mucho de los pies, me gustan fuertes, cuadrados, dedos cortos y solo hasta hace poco la hormona también me reacciona frente un buen color granate sobre las uñas. Los pies poseen una armonía que no acepta adjetivos, solo se tiene o no.
Me entretengo en el obituario, en la fotografía blanco y negro de una mujer de aquellas llamadas “belleza de época”. Posa sentada sobre una alfombra blanca, la pierna derecha flexionada por debajo de ella, la izquierda se extiende un poco hacia el espectador, ambos brazos rectos, apoyados en la alfombra por detrás de la espalda, la posición resalta la armonía de unos hombros a los que rozan una cabellera negra y ondulada, viste un bañador con encajes que adornan pechos y caderas, es Elaine Stewart, modelo y actriz que acaba de morir a los 82 años. En mi memoria guardo su imagen de la portada del Life en los lejanos días de mi niñez cuando mi padre, suscriptor de la revista y fotógrafo aficionado, las mandaba encuadernar en cartapacios. Elaine coleccionaba diamantes y fue Miss Palmolive, tuvo un pequeño papel en “Cantando bajo la Lluvia” y el último rol que interpretó fue en la serie “Perry Mason” de la TV estadounidense. Me entero también de la muerte de Adolfo Sánchez Vásquez, “el filósofo necesario” llama La Vanguardia a este refugiado, psicoanalista español, que hizo de México su razón de ser y contribuyó con enorme talento al prestigio de la Universidad Nacional Autónoma de México, nuestra UNAM.
Con tantas cosas en la cabeza pierdo tiempo y toque, acometo el envite ocular con poca gracia y observo que mi observada porta unas sandalias que apenas cubren parte del empeine dejando al aire el resto del talón y los dedos. El hallux derecho, o dedo gordo, apunta a las 2, el hallux izquierdo a las 10, deformación resultado de los juanetes. Casi al instante en que mi vista se posa en este detalle mi compañera de ensoñaciones tira hacia atrás los pies ocultando lo que puede bajo la banda de piel de la sandalia. Una oleada de calor me llega a la cara al sentirme descubierto en mis hábitos de voayer callejero…o mirón, según se vea. Hago que me reconcentro en la prensa para ocultar la vergüenza de mi proceder, Naoto Kan, primer ministro del Japón, hace una respetuosa reverencia a los reporteros en la rueda de prensa por comenzar, siento el impulso de levantarme del asiento para hacer lo mismo.
En la megafonía se anuncia mi parada, doblo el diario, lo guardo en la mochila, cuelgo al hombro mis pertenencias y al tiempo que me levanto doy una última mirada, alcanzo la fracción de tiempo en que ella aún me mira y se arregla el cabello con gesto de coquetería, se sube la blusa ocultando la línea de los pechos y con un leve movimiento se recompone en su asiento. No sonríe pero tampoco hay ceja levantada ni mohín en esos enigmáticos labios.
A las evolucionadas catalanas les desagrada ser tratadas como objeto, exigen en la relación igualdad y respeto, son en ocasiones rígidas y desconfiadas como herencia de aquella época que la sociedad y la ley las tenía como personas de segunda, es posible que no sonrían al primer extraño que las mira, pero son francas, directas, inteligentes y sin duda también les gusta saberse guapas y admiradas.
Enrique Vallejo
Barcelona 20 de juliol de 2011.