JUNIO, ES BARCELONA.
“Se trata de capturar el vértigo y la intensidad de los sueños en el espíritu del pasado”
José María Pérez Gay. Fragmento, “La profecía de la memoria”
En la estación de Plaza Cataluña confluyen los Ferrocarriles Catalanes, los de Cercanías de la RENFE y varias líneas del Metro. Se trata de una plaza circular en el primer nivel del subsuelo donde se dan cita, según que día y horario, un coro de gospel, un quinteto de cubanos deshilando boleros, un japonés con su Shamisen persiguiendo con sus alargados lamentos a los que por ahí pasamos de prisa, el infaltable inca ejecutor de la zampoña-el cóndor pasa; de vez en cuando un virtuoso de la Fender, émulo de Hendrix, arrancando el grito de la cuerda, otro más que interpreta a los Beatles con maestría pero hoy no es de músicos, el turno es de los “top manta”, una veintena de ellos, de espaldas a la pared, que charlan relajados. Africanos corpulentos, altos, risueños, guapos; son ilegales, los sin papeles que se dedican a la venta de piratería.
Sobre el suelo descansan sus bultos que encierran bolsos, gafas para el sol, cinturones, billeteras, todo imitación de grandes marcas. Desde las escaleras dos policías vigilan y cruzan monosílabos por el aparato de radiocomunicación que llevan prendido a la solapa de la camisa, si aquellos desgraciados no están en la acción de vender sus productos, no son sujeto de sanciones. Desalojarlos, cuando esperan tranquilamente en un lugar público sin obstruir el paso, no está tipificado como delito en la normativa.
Antes de llegar a las escaleras mecánicas que desembocan en la Rambla, y con el efecto sifón del tren que se aleja, me llega un viento que es a la vez frío, húmedo y también caliente como corresponde a este “entre tiempo” que debate credenciales de verano con jirones de la primavera.
Compañera en el ascendente, corto y gratis trayecto, viene junto a mi una mujer pequeña de estatura, pasada de peso, seis décadas a cuestas –le calculo– rubia teñida, ceño fruncido… como con dolor de panza; falda recta, zapatos de tacón bajo y el monedero en la mano; murmura algo en un tono que solicita atención y caigo, esto es así: en la cola del supermercado, en la del cine, en la del banco o la de la verdulería, se tiran frases al aire como una manera de ir pescando solidaridad con las penurias cotidianas que la vida nos depara. La miro y es el santo y seña para que repita la frase subiendo esta vez el tono de voz: “habría que ver a lo que hemos llegado”, por un par de segundos no atino a saber a lo que se refiere, nota mi perplejidad y da más pistas: “alguien ya tendría que meter mano dura con esta gentuza”, entonces me doy cuenta y pongo las alertas. Me preparo para uno de esos cotidianos actos de camaleón a los que estamos obligados los que somos a veces extranjeros, a veces inmigrantes. Busco un acento neutro, uno que pueda emboscar el de “sudaca”, expresión despectiva para nombrar a los que venimos de América, excepción hecha, ¡por supuesto!, de canadienses y estadounidenses, la miro a los ojos y me escucho decir: “sí, gentuza la hay por todos lados”. Para mi fortuna hemos llegado al final del trayecto, no escucho réplica a mi sentencia por lo que me quedo con la duda de haber sido “identificado” por esta ciudadana, ¡harta de tanta diferencia!.
Ya en Las Ramblas me llega el aroma dulzón del hachís que fuma el chico que “viajaba” dos escalones delante, el de la axila del guiri que levanta la lata de cerveza en el último sorbo, el de los vapores de metano que despide una cloaca, vapores que en estos días de calor y falta de lluvia se extienden por toda la parte baja de la ciudad. Decenas de turistas en ropa ligera toman la instantánea de ese río de cabezas que sube y baja por lo que apenas hace dos décadas era el paseo de los barceloneses en “ropa de domingo”. A mis espaldas llega el eco de la cacerolada de los “indignados”, chicos que tienen tomada la Plaza Cataluña desde hace varias semanas protestando contra la falta de empleo, los recortes al presupuesto, el dispendio oficial y la corrupción, “choriceo” le dicen también.
La fuente de Canaletas está rodeada de fotógrafos amateurs que llevan a casa la imagen del “altar” donde celebran los culés las gestas deportivas del Barça. Un grupo de inglesas despiden de soltera a la amiga, van todas disfrazadas de Blanca Nieves y posan apiñadas frunciendo la boca en gesto de besar. Mientras sigo bajando rumbo a mi trabajo escucho el graznido que produce un pito semioculto en la boca de los innumerables vendedores paquistaníes que lo ofrecen a un euro. Sorteo a los que caminan sin prisa porque están de vacaciones, a los trileros que intentan y hacen caer algún despistado con el viejo truco de “donde quedó la bolita”. De pronto una masa de gente bloquea todo paso posible y tengo que bajar a la calzada, son los street dancers que han comenzado su enésimo show, la gente palmea, me detengo unos segundos a mirarlos, son de verdad sorprendentes en sus cabriolas. Varios chicos repartidos a lo largo del paseo tiran al aire, ayudados con una liga, un artefacto cilíndrico de apenas un palmo iluminado con un lead de color azul y que al caer despliega una alas giratorias que lo hacen descender lentamente, uno de ellos, además del juguete, me ofrece “chocolate”, lo hace susurrándome al oído por lo que elucubro sobre la creatividad en los caminos de la mercadotecnia moderna.
Esquivo a las familias que retratan a las estatuas humanas mientras los críos buscan el modo para dar cuenta del gofre que les chorrea chocolate y helado de vainilla por los codos, a los cruceristas que caminan en bloque, esta semana 30 mil de ellos desembarcando cada día; llevan el botellín de agua en la mano y apuran a tomarse la instantánea entre las garras de un Allien esperpéntico, antes de abordar el metro y llegar a tiempo parta la foto de grupo frente a la Sagrada Familia… después comprarán la bufanda del Barça en algún quiosco, pedirán una jarra de sangría en una terraza y estarán a tiempo para la cena abordo, ya pagada y que la tarifa ofrece en buffet libre.
A partir de las 10 de la noche el paseo recibe a decenas de repartidores de flyers que invitan a una copa en el “mejor bar”, al show de flamenco en rondas de media hora por grupo, en vendedores de cerveza que la ofrecen a un euro en otra de estas actividades ilícitas, porque la normativa prohíbe vender y beber en lugares públicos pero según parece Estrella Damm tiene el “enchufe” en esta “franquicia”, sólo su marca se distribuye en este sector alternativo del mercado.
Las prostitutas siguen ahí, que se entienda, a mí me dan pena, chicas que parecen drogadas, en “speed”, la mayoría de países africanos y controladas por mafias; eso sí, han bajado el perfil de sus actividades desde aquellas fotos que fueron publicadas en la prensa cuando las mostraban en el acto sexual o la felación de 20 euros bajo el resguardo de algún pilar del Mercat de la Boquería. Hoy siguen chillando, contoneándose, susurrando: “chupamos bueno”, y paran un poco cuando pasa la furgoneta de los Mossos d’Escuadra… que no detienen su recorrido.
En Barcelona estamos llenos de gentuza, políticos que roban impunemente, putas y trileros, vendedores callejeros, una plaza convertida en mega acampada, carteristas, turistas en masa que igual les da llevarse una fotografía de la mujer más gorda que de la Casa Batlló; sudacas que ocultamos el acento. En fin, “gentuza” a la cual alguien, como dijo mi casual interlocutora, debería meterle mano dura, reclamo que recuerda aquel que se hizo con los judíos en tiempos previos a una guerra que parece olvidada, olvidada entre esto que eufemísticamente llaman “estado de bienestar”.
Barcelona, juliol 1, 2011.