Para hablar de nuestras cuitas me acomodo con mi amiga Montse en la única mesa junto a la ventana del Bar Tres, una antigua bodega ubicada en el llamado Casc Antic de la ciudad vieja, acogedor establecimiento de suelo y paredes forradas en madera. Esta tarde les toca turno a Darío el barman argentino y a Olga, la casi albina camarera de largas piernas venida de bielorrusa y a la que mi amiga ordena su consabido café con leche, “largodecaféyquelalechenomequemesiusplau”, palabra que vuelve a repetir un par de veces antes de que el alfabeto cirílico en la cabeza de Olga logre descifrar el trabalenguas. Yo, por la obligada abstinencia de alcohol y de irritantes gracias a los antibióticos y antinflamatorios que combaten una bursitis en mi codo, pido un bitter kass.
El bar se encuentra ubicado frente a una plaza poco arbolada ya que pertenece a los nuevos espacios que se abren en la zona. Circundada por callejones peatonales y edificios que enseñan el “culo” con sus ventanas traseras, donde ondea al aire la colada de bragas, pijamas, sábanas y camisones. Las obras de remozamiento y modernización han dado paso a la piqueta a fincas que, por su edad o deterioro, se les ha retirado la cédula de habitabilidad y que una vez expropiadas por el ayuntamiento, ceden su espacio en beneficio del vecindario para la creación de áreas verdes. La traza original de ciudad amurallada no contemplaba estos espacios para la convivencia entre vecinos, hoy tan importante para evitar en lo posible el efecto ghetto y el aislacionismo tan frecuente en la grandes ciudades como Barcelona, cada día más pluriculturales, cada vez más demandantes…por tercera ocasión le digo que no al pakistaní que insiste en vendernos una rosa y además me tapa la visión de lo que escribo.
Al centro del parque hay un área de tierra apisonada delimitada por una cerca baja, territorio de los enanos en donde suben escaleras arriba y bajan toboganes abajo, como monitos de cuerda infatigables. Unos cuantos miran con recelo al pequeñín de chaqueta amarilla que con toda la mala leche se resiste a dejarles el columpio. Ni se mece ni lo desocupa y como decimos en mi tierra, ni picha ni cacha ni deja batear.
En una de las esquinas de la plaza un hombre, sacado de la imaginación de nuestro Trino, aporrea con el auricular del teléfono el cuerpo del aparato en espera que le escupa alguna moneda, imagen que hace apenas unos años era frecuente pero que hoy cada ves se ve menos; otra “fuente de ingresos” que se lleva la globalización gracias al uso generalizado de los celulares. En la escarapelada pared, donde aun se alcanza a leer el “aturat la guerra” cuando Irak era bombardeado y que hoy insiste de nuevo en vendernos Aznar como su gran éxito, media docena de adolescentes juegan a lo que en mi tiempo llamábamos “gol para, atacando”.
La Montse viene con morriña y me la contagia, ha muerto a los 87 años Josep Benet señero historiador, abogado y político catalán. Su formación arranca cuando niño en la escolanía de Montserrat, grupo de jóvenes educados para el culto religioso principalmente en los coros de la Abadía, y posteriormente con tutores de la Compañía de Jesús, los jesuitas. Nunca dudó, como profesional y como persona, en que bando le tocaba estar y cual era su misión, la que cumplió hasta los últimos minutos de su existencia: entrega total a las causas de su patria, Cataluña.
Durante la guerra civil, y habiéndose librado de los horrores de la batalla del Ebro debido a una herida anterior, fue perseguido por la Federación Anarquista Ibérica (FAI) por su relación con los monjes benedictinos. Como abogado defendió a numerosos políticos opositores al régimen y se convirtió en un referente de la lucha por la democracia y las libertades durante la dictadura, esto le costó visitar la cárcel en varias ocasiones. Como político, durante la transición, tomo papel activo en la formación de la Asamblea de Cataluña y en las primeras elecciones de la democracia, en 1977, fue el senador más votado de la península. En 1980 candidato a la presidencia de la Generalitat, pero la importancia de su obra se encuentra en su gran preocupación: la preservación de Cataluña, su lengua y su cultura, documentar la memoria histórica y perseguir con toda su voluntad la unión de los catalanes.
La biblioteca que reunió habla de su profunda vocación catalanista, como lo afirma su amigo íntimo y monje de Montserrat Marc Taxonera, y que, sumando más de 8,000 volúmenes, cedió a la Generalitat en el año 2000.
Mientras la Montse me va contando sobre Benet, la madre de uno de los chiquillos que esperaba turno en el columpio baja al de la chaqueta amarilla, coloca a su bodoque y comienza a mecerlo. Segundos después el área cercada destinada al solaz de los pequeños, se convierte en palenque de gallinas alteradas, gritos y amenazas. En apoyo de la madre del crió con vestimenta color de taxi, acuden otras mujeres que hasta ese momento no habíamos visto circular por el terreno, gritan fuerte y manotean, los niños lloran. Llega un guardia urbano a desfacer entuertos y la Olga murmura entre dientes y con su fuerte acento castellano, “ahí están ya otra vez las gitanas”.
El miércoles de esta semana Josep Benet recibió su último homenaje en la capilla ardiente instalada en el Palau de la Generalitat, a donde acudieron a despedirlo cientos de personas, representantes políticos y de la sociedad civil. Durante la misa de funeral el Abad de Montserrat Josep Maria Soler, se encargo de recordar la figura de Benet de quien dijo, “lega un testamento de construcción positiva de la sociedad, sin agresividad, en el respeto y en el diálogo desde la diversidad de posiciones”.
Las cosas en el parque han vuelto a la normalidad, los enanos corretean, caen y se levantan. Un par de chicas pasan frente al bar tomadas de la mano y mirándose a los ojos, en la banca una pareja se come a besos. A lo lejos se escucha una sirena. Sobre la mesa, en la bandeja que ha traído la Olga , reposan las monedas de la cuenta. Cojo mis cosas y partimos para el Monasterio de San Pere de les Pue-les, en Sarriá, donde se ofician los funerales de Benet, vamos a despedir a alguien que nunca conocí, pero sin saberlo siempre he tenido cerca.