1.- Es el cumpleaños 47 de mi hija, esto sumado a las fotografías que envía desde México celebrándolo con su madre me dejan un río de sentimientos que por el momento soy incapaz de expresar, quizás el más fuerte que nunca imaginé tener una hija con esa edad, “ya son mayores que nosotros” me dice mi amigo Rafael2.- Salí por el diario, el quiosco está a dos calles de casa. Busco como gambusino enfebrecido el oro del calor en el lado soleado de la calle, camino lo más despacio que puedo. Solo me he cruzado con cuatro personas antes de llegar y ninguna ha sido un policía, eso sí nos alejamos uno del otro como apestados pero…
3.- Bajo por la Avenida República de Argentina, en dirección contraria viene corriendo un chico, es el encargado de uno de los cinco “pakis” (pequeñas tiendas atendidas por ciudadanos del Paquistán) que rodean a menos de 100 metros mi domicilio. Carga en cada mano un galón de la conocida lejía El Conejo, inconfundible por el intenso color amarillo de su envase. Cuando empiezo a imaginar dantescas emergencias de desinfección sale de otro de los “pakis” un receptor que rápidamente le coge las botellas como si de estafetas se tratara y regresa inmediatamente a su negocio. Paso delante de éste último negocio y veo que atiende a una cliente y mete ya en la bolsa de aquella el ahora preciado líquido con el que pondrá a raya la infección. Esto de “la atención al cliente” de momento no se pierde. Los que atienden estas pequeñas tiendas así como los sanitarios, los que reponen los productos en los mercados, los cajeros, los conductores del transporte público, etc., son otros de los héroes anónimos que prometen con su día a día que ganaremos esta batalla.
4.- Cargado ya con mis víveres y los diarios subo por la calle Homero, mi calle. En la esquina donde se encuentran los contenedores veo a un vecino que acomoda lo que parece un pequeño montón de ropa dejado sobre uno de éstos, práctica común para deshacerse de lo que ya no nos gusta y por si acaso alguien quisiera llevárselo para mitigar con esto la culpa de deshacernos de cosas que en otro tiempo tenían arreglo o re-utilización. Mi vecino acomoda sobre la ropa un par de zapatos de mujer, negros, de tacón, de charol con aplicaciones de diamantes, falsos deben de ser. En la otra mano tiene listo el teléfono para hacerle una fotografía, hace el encuadre y reconozco que la imagen tiene estética y oportunidad con el marco al fondo de una desolada calle. Él se da cuenta que lo miro, me sonríe y me da los buenos días, se los replico. Conozco al vecino desde hace al menos 10 años, con frecuencia coincidimos en la calle porque vive delante de mi casa, es la primera vez que cruzamos un saludo, algo que no se estila en esta seria Cataluña, algo estaremos cambiando…
5.- Salvo las pequeñas rutinas para preparar la comida y los ejercicios para no entumirnos, la reclusión continúa su lento y pausado acontecer. A las seis de la tarde me conecto con el Teatro Lliure y con breves interrupciones veo Hamlet protagonizado por el Pol López. El volumen que se utiliza en el escenario no tiene empatía con el de la TV siempre ecualizado y pierdo algunas palabras también por el idioma, para tragedias estamos…