Los catalanes han visto como su ciudad se ha ido transformando a partir de esa “presentación en sociedad†que le organizó el expresidente Maragall en el 92, cuando la saco al mundo envuelta como sede de los Juegos OlÃmpicos. A Querétaro, guardando las distancias y por razones menos festivas, le llegó su hora en el 85 cuando la tierra sacudió en la capital del paÃs no solo edificios pero la conciencia de muchos seres que a partir de ese año decidieron abandonar ese fenómeno casi paranormal que se llama Distrito Federal. Tal como muchos voltearon a ver hacia la ciudad del seny, con su imponente estampa, sus plazas serenas, arboladas avenidas, una sociedad que sumando siglos de esfuerzo común se habÃa dado ese entorno que respira civilidad en cada detalle; asà muchos compatriotas capitalinos pusieron en su destino la tranquila ciudad de Querétaro, famosa por la limpieza de sus calles, su traza urbana de reconocida armonÃa y que milagrosamente habÃa escapado de las furias modernistas con las que azotaron gobernadores a estados vecinos. Inmigrantes forzados por las circunstancias, los capitalinos también se sintieron acogidos por ciudadanos tranquilos, curiosos, que si bien reacios a que la integración traspasara los lÃmites de lo Ãntimo, de lo familiar, fueron respetuosos y en mucha ocasiones poco respetados. Hoy, y de nuevo guardando las distancias, los habitantes de ambas ciudades padecemos la catástrofe de nuestro propio éxito. Allende el Atlántico la mediterránea Barcelona trabaja para poner al dÃa su transporte público, darle seguridad a sus habitantes, combatir la contaminación. Gestiona con el gobierno central una mayor independencia en el curso y destino de su recaudación fiscal y promueve con programas de largo alcance la integración del inmigrante. De este lado seguimos construyendo acueductos para traer un poco más de agua que ya desde hace años se tandea por horas al dÃa. El transporte público rueda a paso de tortuga por atestadas avenidas y el colapso vial se percibe inminente. La ciudad ha crecido veinte veces su tamaño en menos de cuarenta años y las soluciones se quedan cortas aun antes de ponerse en marcha. En ambos lados la clase polÃtica es duramente criticada y para la mayorÃa de los ciudadanos de a pié no le merece confianza. Eso si, hay que decirlo, en materia de honorarios de nuestros funcionarios vamos por delante, un presidente municipal de los nuestros, de media tabla, gana más que el President de Catalunya quien percibe algo asà como 60 mil pesos mensuales.
Comentamos la semana pasada sobre la urgencia de hablar del asunto de la inmigración de forma valiente, directa. Que los gobiernos de los paÃses desarrollados dieran la cara y confesaran la necesidad que tienen de esa franja de trabajadores que les permita continuar con el modelo de economÃa que garantice a sus ciudadanos una pensión de retiro, una vejez digna, el derecho a un sistema de salud eficiente. El asunto que hasta ahora pareciera como una relación perversa entre empresarios y autoridades, unos para beneficiarse de la mano de obra barata por ilegal y los otros para mantener esa ilegalidad unas veces con la ley otras con la indiferencia, ha sido abordado por el Presidente Zapatero en la reciente cumbre de la Unión Europea y Ãfrica, al proponer un pacto que regule dicha inmigración a partir de tres grandes postulados: escolarización, generación de empleos y construcción de infraestructuras que dinamicen el tejido social. El Presidente español ha puesto el dedo en la llaga al afirmar que Europa no ha estado a la altura de las circunstancias y con ello ha dejado a los inmigrantes vulnerables a las mafias y sin derechos. De nueva cuenta es el presidente socialista quien decide llamar a las cosas por su nombre, con la decisión de quien sabe que los grandes problemas solo tienen soluciones audaces, que no habrá una fórmula eficaz para detener en el continente europeo el sentimiento al alza de racismo y xenofobia, si no es mediante la legalización de la inmigración y la inclusión plena en la sociedad de los 800 mil seres, en este caso los provenientes del continente africano, que residen de manera permanente en la penÃnsula. Un paso más en su propuesta de encuentro de civilizaciones, no a la confrontación y a la marginación como barrera de contención al fenómeno natural y universal en que se ha convertido el trasvase de personas.
Hace un tiempo me apersoné en la ventanilla del banco a cobrar un cheque por una cantidad inferior a los diez mil pesos. Mientras la cajera a velocidad de fórmula uno contaba los billetes yo la iba siguiendo, terminamos al mismo tiempo y hasta llegué a sentirme ufano con mi habilidad. Lo volvió a hacer y yo con ella. Cuando terminó esta segunda vez pensé que me habÃa despistado pues no coincidimos al final. Me entregó el dinero y casi para ponerlo en la billetera decidà contar de nuevo. Iba más o menos a la mitad cuando la gentil cajera de dulce voz me informa, con unos billetes entre los dedos, que se habÃa guardado mil pesos por si yo querÃa billetes más pequeños. Son pocas las ocasiones que he experimentado estados de ánimo tan variados en tan corto tiempo. Primero fue incredulidad, luego enojo y de ahÃ, casi en automático, pasé al miedo. La cajera me miraba fijo, tenÃa mis datos con teléfono, dirección, etc. Quizás exagero, pero cuando pensé en “acusarla†en la gerencia tuve el presentimiento de que me iba a ir peor, cuestión de vivir en la impunidad. Tomé el dinero que ella ya habÃa depositado en la bandeja debajo del cristal, me la quedé mirando y antes de que yo pudiera decir algo me pregunto retadora si habÃa algún problema agregando, “ya tiene usted su dineroâ€. En efecto, ya tenÃa mi dinero al igual que hace un año cuando me cargaron en mi tarjeta de crédito un diez por ciento extra al consumo que habÃa hecho en un restaurante e hice la reclamación pertinente, después me enteré que no era yo el único. Hoy reviso y guardo todos mis comprobantes de consumo. No doy nombres pues como dijo aquel edil sobre los responsables de los videos que le subieron a la red, “son gente que se escuda en el anonimato porque le tiene miedo a las represaliasâ€, yo también y me queda claro que el glamour de aquellos dÃas, cuando ser banquero era sinónimo de rectitud, confianza, respeto y servicio, eso, quedo atrás.